Colección: Jacarandas

Colección "Jacarandas. Retratos de Sororidad": Un tributo gráfico a la lucha y la hermandad femenina.

Esta serie de más de 30 obras combina carboncillo y acrílico en un diálogo entre la fuerza expresiva del trazo y la contundencia cromática. Iniciada en 2020, tras la marcha histórica del 8 de marzo y el inicio de la cuarentena global, la colección nace de la urgencia por capturar la efervescencia feminista que inundó redes sociales y calles. El carboncillo —con su capacidad para plasmar la fugacidad de las emociones— se entrelaza con acrílicos en morado (símbolo de resistencia) y verde (renacimiento), creando un manifiesto visual sobre la diversidad, la memoria y la sororidad.

Técnica y narrativa: Del gesto íntimo al grito colectivo
La elección del carboncillo no es casual: permite explorar la anatomía femenina en su pluralidad —texturas de cabello, rasgos, vestimentas— mientras registra la huella emocional de cada rostro. Los fondos en acrílico, con sus planos de color vibrante, contrastan lo orgánico con lo político, lo individual con lo colectivo. Cada obra es un mapa de tensiones: entre el realismo íntimo de los retratos y la abstracción militante de los fondos, entre el luto por las ausencias y la celebración de las conquistas.

Genealogía de la resistencia: Un archivo visual intergeneracional
Más allá de su valor estético, "Jacarandas" construye un linaje. Rinde homenaje a las pioneras que abrieron camino —derecho al voto, educación, autonomía corporal— y a las contemporáneas que, carentes de tribus familiares, encontraron refugio en la solidaridad callejera. La serie, iniciada como terapia personal en un contexto de aislamiento, evolucionó hacia un acto político: rescatar del olvido a quienes tejieron la red de derechos que hoy habitamos.

Impacto expositivo: De lo íntimo a lo monumental
Presentada en espacios como el Centro Cultural Nigromante (INBA) y la Casa del Diezmo (Celaya), el Museo Coahuila y Texas, Casa de Cultura Chamacuero la colección trasciende el formato tradicional del retrato. Las obras, de escala variable, confrontan al espectador con un espejo multiplicado: cada rostro es a la vez singular y universal, un recordatorio de que la lucha feminista se escribe en plural.

El uso estratégico del morado y verde —colores históricamente ligados a movimientos sociales feministas— convierte cada pieza en un símbolo de resistencia.